viernes, 29 de julio de 2011

Trapos

Venus de los Trapos, Michelangelo Pistoletto

Algo está pasando... Puedo asegurar que hace dos o tres años, desde que se empezó a hablar de crisis, ir a las rebajas (o incluso ir de compras en cualquier época del año a cadenas accesibles, llamémoslas así) es sinónimo, literalmente, de ir a ver trapos, es decir, ojear y elegir entre andrajos, pingos y harapos.

En honor de la verdad, debo decir que sí he comprado en rebajas, si es que podemos considerar "rebajas" un vestido de 50 euros o una camisa de 40 euros. Todo lo que yo he visto (quizás no he sido tocada por la suerte de la recolectora eficiente) por debajo de esa cifra puede considerarse lamentablemente una piltrafilla.

¿Y qué es lo que está pasando? Pues que, en mi opinión, se ha bajado el listón de la calidad hasta el subsuelo para poder seguir ofreciendo prendas a un precio asequible, que la pobre ciudadana en crisis pueda comprar, sin perder sus grandes márgenes de beneficio. Si no, no puedo entender la repetición hasta la saciedad del mismo modelo que funciona (y los diseñadores al paro...), la fabricación con materiales pobrísimos que no aguantan ni dos lavados, los malos patronajes que no sientan bien a nadie porque están pensados para todo el mundo, etc. Por no hablar de que en invierno siempre haya camisetas (a 10, 12 o 15 euros...)... ¿Será que se preocupan por que tengamos siempre a mano camisetas para ir al gimnasio o por si nos toca una semanita de todo incluido en el Caribe)? Noooo. Lo que buscan --repito, según mi humilde parecer-- es que las pobres consumidoras puedan satisfacer su deseo urgente de comprar al módico precio de unos pocos eurillos. ¿Y qué hará la consumidora con esa camiseta de manga corta en enero? ¿Le sacará partido? Si se la pone debajo del jersey (pero, ¿y el horrendo estampado? ¡No se verá!), la guarda para el verano o para ir al gimnasio, quizás... Pero lo más probable es que se quede en el armario esperando épocas mejores.

En fin, todo esto para decir que estoy harta de recorrer la ciudad en busca de algo interesante (a precio razonable) y volver a casa con las manos vacias. Lo peor de todo, sin embargo, es la sensación (¡profunda!) de tomadura de pelo: cuando veo lo que son capaces de exponer a nuestros ojos, pienso si creen que somos idiotas...